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El amor y la perseverancia en el campo de futbol.

Este niño con autismo no reconocía ni los balones ni las personas. De hecho, en cierto momento podía reaccionar de manera muy agresiva. Esta es su historia y la mía.

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Me encuentro en la mitad del campo de fútbol y lo veo patear el balón de una banda a la otra y creo en milagros: milagros sudorosos de fe decantada e incredulidad; de dudas profundas y convicción monumental; de esperanza y desespero; de intuición y observación aguda de las evidencias de primera mano.

Creo en el poder del amor cuando lo veo a él: amor que surgió de la necesidad de creer en milagros; amor que no se avergüenza de reconocer que no sabe dónde colocar los sentimientos encontrados que el enorme amor trae consigo.

El amor que trajo consigo toda la materia prima que utilicé para tejer el chal bendecido que uso todos los días para cubrir el techo de mi inventiva de la fuerte lluvia que me impedía hacer posible lo imposible. Independientemente del frío o del calor, ese chal me protege de mi falta de fe. Es el techo que necesito cuando me siento perdida, donde ambos nos encontramos y no sabemos exactamente hacia dónde ir.

Amor perdido y vuelto a ganar; amor alegre, perseverante y lleno de confianza. Veo todo ese amor cuando lo observo jugar fútbol, aun cuando no reconoce a los demás jugadores o falla la portería o cuando su percepción le impide diferenciar la “Línea Central” de la “Línea de Banda”, puesto que ve sólo una línea que conecta una banda con la otra en el campo contrario.

Hubo un tiempo en que Sage no prestaba atención a los balones. Hubo un tiempo en que reaccionaba agresivamente cuando se le forzaba a jugar con ellos. Hubo un tiempo en que agarró uno y yo sentí que agarraba el mundo para amarlo. Hubo un tiempo en que intentó lanzar el balón como lo haría un alto jugador de baloncesto y, ahora, es su turno de patear el balón.

El miércoles pasado, Sage descubrió la portería provisional que estaba indolentemente colocada en el improvisado campo donde los demás niños dibujaban líneas imaginarias siguiendo las instrucciones del entrenador. Este entrenador es muy bondadoso con Sage y ha creado una línea única para que él patee el balón. Lo alienta y le da esperanzas y deja suficiente tiempo para “recesos para tomar agua” y para las “terapias de besos” conmigo en la interminable hora que ambos pasamos todas las semanas bajo el sol de las cuatro de la tarde en Miami Beach.

Sage me ha enseñado a no subestimar nada. Me ha enseñado el valor de cada paso, por pequeño que sea, tal y como yo valoro cada palabra que escribo.

Su mundo es el de descubrimiento y crecimiento en cámara lenta. Sage ha dejado miles de imágenes grabadas en mi corazón para que yo las contemple cuando me enfrento al vacío o a una página de papel o lienzo en blanco.

Un día, se dará cuenta del campo de fútbol y de los demás jugadores y de la portería y de tantas otras cosas que juegan a las escondidas con él y todo lo verá con nitidez.

Ten paciencia Sage, yo aprendo lentamente, pero sé que eres paciente y también debes creer en milagros cuando me ves transformarme guiada por tus manitos cada vez que me pides que te las sostenga entre las mías.

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